Wednesday, August 08, 2012

ALTO AL FUEGO

El rey dicta la orden de alto al fuego con instrucciones enérgicas y precisas. Sí. Desde la más alta esfera del palacio se ha ordenado parar el fuego. Sin embargo, por un error interno, las instrucciones no las recibe el teniente, quien habría de comunicarlas al general, si no el cocinero. “Es absurdo.”, dice, “Esta noche es la recepción en honor a los eminentes delegados extranjeros que negocian el cese del fuego y el cruento e injusto asunto de la guerra.” El jefe de los cocineros no entiende, pero acata la orden. Sabe que su cabeza está en juego y manda a apagar el fuego en que se hornean deliciosos manjares, faisanes, liebres, jabalíes y codornices. El general, en tanto, avanza con su maquinaria de fuego y la estrategia de desolación establecida. Arrasa poblados enteros, masacra a su propia gente y deja una estela infame de sangre y dolor. Las familias están deshechas. Las noticias llegan a oídos del rey, quien siente enormes deseos de festejar la victoria con un banquete. Llega la hora de la cena. Llama al cocinero. La cocina está fría, desierta. Los cocineros salieron apresuradamente a socorrer a sus familiares heridos y a llorar a sus muertos. El general regresa a palacio, es ascendido y condecorado. El jefe de los cocineros no aparece. Es buscado y hallado. Él sospecha que pronto será ejecutado y pide que el rey le confiera, gracias a sus méritos y años de servicio, el honor de preparar su última cena, antes de morir. Se excusa ante el rey, diciendo que esa misma tarde su familia había sido devastada por la guerra. Les trae, para empezar, los mejores vinos y los manjares fríos. Bellísimas jóvenes del harem entretienen los comensales con sus bailes, mientras el cocinero usa todas sus artes culinarias para preparar lo que sería, en efecto, la última cena del rey, quien muere a medianoche aquejado por el fuego de insufribles cólicos ardientes. Acto seguido, el general se proclama rey y ejecuta al cocinero, acusándolo de violar las instrucciones precisas y enérgicas del rey quien por segunda vez ese día, había dictado, ante eminentes delegados extranjeros, la orden de alto al fuego. Fernando Urena Rib

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