Thursday, August 11, 2011

LA SOSPECHA

NARRATIVA DOMINICANA Convocado por una insólita sospecha, Adolfo Megal salió temprano de su oficina hacia su casa. Dejó sin terminar los negocios del día, que eran muchos y plagados de onerosas cargas financieras. Sobre todo después de que el banco le pidiera entregar la casa y sus proveedores le exigieran pagar atrasos, moras y recargos. Los impuestos y los bancos se lo llevaban todo y la casa, lo único que le quedaba, estaba a punto de ser tragada en el hoyo oscuro, en el fatídico embudo de la economía. Mientras transitaba pesadamente por la ciudad atestada, sentía que su vida había sido un fracaso. El embotellamiento urbano aumentaba su presión arterial, su frustración y su ira. Cuando logró llegar, acalorado, vio salir de su casa, apresuradamente, a un hombre joven, bien vestido, de aire complacido que se arreglaba la corbata. Subió de tres saltos las escaleras y vio a su mujer salir del baño. ¿Por qué me traicionas? Le gritó, y acto seguido saco la pistola y casi se la descarga encima. Le quedó una sola bala, la que habría de atravesar su sien. Antes, tomó una vieja foto, en la que ella se veía azorada (por alguna razón desconocida) y escribió con dolor una nota póstuma. La policía encontró junto a los cadáveres, manchadas de sangre, las notificaciones bancarias de incautación legal, que había dejado en la casa un joven alguacil minutos antes del terrible suceso. Fernando Ureña Rib